Confesión de un Asesino
Debo aceptar que me enamore de
ella de tal manera que quizás los psicólogos lo pudieran catalogar como algo
enfermizo u obsesivo, no obstante mi amor por ella estaba correspondido de tal
manera que siempre sentí que ella también me amaba con la misma locura, era tal
nuestro amor que nada en el mundo jamás podría separarnos.
Decidimos casarnos muy jóvenes
apenas cumplidos los 19 años pues ambos teníamos la misma edad, y de esta
manera cumplir el más grande de nuestros anhelos, irnos a vivir en las afueras
de la ciudad, cerca de las montañas para ser exactos, siempre creímos que
rodeados de ese glorioso esplendor podríamos ser felices, encontramos una linda
casa de ladrillo visto era tal cual lo habíamos visto en nuestros sueños, tenía
unas amplias ventanas y aunque la luz solar nunca ha sido de mis preferencias,
en este caso nunca me importó pues al caer los primeros rayos del sol sobre el
rostro de mi esposa podía darme cuenta de lo afortunado que era al tenerla a mi
lado, en la parte lateral derecha empezamos a construir un pequeño granero para
ubicar y conservar de mejor manera las cosechas que íbamos obteniendo de
nuestro pequeño huerto.
Todo marchaba de manera ideal
para nosotros hasta que algo catastrófico sucedió con mi salud, mientras me realizaban un
chequeo de rutina los doctores me diagnosticaron una enfermedad muy poco
conocida, al parecer era algo degenerativo, por lo que mi muerte parecía algo
inevitable, Soledad (mi esposa) al conocer la noticia no lo pudo soportar y me
dijo que no tenía la fuerza para verme sufrir y por lo tanto aunque sentía un
inmenso amor por mi debía alejarse y dejarme, esa noticia fue demasiado para mi
corazón así que una noche antes de que ella se marche tomé la dolorosa decisión
de retenerla conmigo, incluso si esto representaba asesinarla.
Me levante alrededor de las 3:45 AM de la
mañana y sigilosamente me acerque al lugar donde ubicábamos los leños para
encender la chimenea, tome el más rígido que a primera vista pude observar,
nuevamente entre en la habitación para ver lo que a mi entender sería el último
recuerdo de mi esposa viva, sentía tal temor que mi mente no registró el momento
mismo del impacto, lo que yo no sabía era que a pesar de la fuerza del impacto
ella solo quedaría inconsciente, además me vi a mi mismo sin la fuerza moral
para atacarla de nuevo, así que desesperadamente y sin razón alguna la lleve al
pequeño granero que en ese momento estaba casi se terminaba de construir, esto porque apenas
faltaba de ubicar ventanas y puertas en su lugar. Sabía que pronto despertaría
así que debería hacer algo y pronto. Nunca supe por qué pero de manera casi
instantánea me vi cubriendo con ladrillos aquellos espacios, hice la
preparación de cemento y arena para unirlos entre ellos, esto no me tomó mayor
tiempo. “Ella moriría encerrada viva”. Cuando amaneció solo se podía escuchar
los espantosos gritos que ella daba en
buscar de auxilio, gritos que nunca fueron escuchados pues para mi suerte
ninguna persona vivía cerca quien pueda ayudarla.
Al quinto y después de un largo
padecer finalmente deje de escucharlos, lo cual daba tranquilidad de mi
alterada preocupación, más en su lugar un silencio que me congelaba el alma,
cubriendo el que hace no mucho era nuestro hogar.
Pasaron un par de semanas mas y
un vendedor vino a persuadirme de comprar una de las muchas biblias que cargaba
en su enorme maleta de cuero negro, fue el quien por primera vez me hizo notar
del putrefacto olor que emanaba del granero, nervioso y con la firme intención
de ganar su confianza compre 4 de sus biblias asegurándole que 3 de ellas eran
para unos familiares a quienes no había visto en mucho tiempo.
Nunca supe quien fue mi delator
pero después de poco tiempo la policía vino a realizar las investigaciones
pertinentes con respecto al caso. Nunca pude refutar acerca de las muchas
acusaciones en mi contra, luego del proceso acusatorio fui sentenciado a cadena
perpetua sin derecho a apelar esta decisión.
Ahora paso solo en la celda 1517
esperando mi inevitable muerte, mientras
todos quienes me rodean y desean conocer mi historia me preguntan ¿Por
qué estás aquí? Sin conocer una respuesta que alivie mi alma, simplemente
cierro mis ojos y dejo caer mis lágrimas eternamente.
Fin
el amor odio que se cala hondo en la psique de la persona amante, aferrada a la locura de no perder.
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